dilluns, 9 de març del 2009

Pasión

  • La convivencia

XC. que era así como lo llamaban, apenas había llevado una vida serena hasta que pasó más allá de la treintena. Aunque supo esconderla perfectamente ante los demás. Se presentaba como un buen ejemplo de joven a seguir, y era el encanto de sus conocidos: discreto, cordial, cariñoso y para las jovencitas bastante agraciado. Aun a pesar de su aparente falsa personalidad, en el fondo no era más que una encubierta timidez. Ello le confería cierta discreción y reserva. Le importaban un bledo los desaguisados de los demás y como tal, le molestaba que la gente le preguntase salvo lo imprescindible aunque intentaba no demostrarlo saliéndose por la tangente. Quizás por ese motivo sabía llevar su vida, un tanto dispersa, al margen de los comentarios vecinales salvo aquellos que le interesaba realmente revelar.


Era ese tipo de persona en quien se le podía confiar cualquier tipo de secreto. Su discreción era casi absoluta y esto concedía una confianza a las personas que a él se le acercaban con cualquier problema que no suscitase comentarios a terceros. De alguna manera la gente se desahogaba con XC. de manera aconfesional sin tener que pasar por las patéticas reprimendas de los clérigos. Porque sabía de antemano que un mal comentario por parte de ese tipo de oficios, podría conferir un problema mucho más grave: hacerle pensar al sujeto que el pecado estaba en él, con el agravante de provocarle un estado anímico perjudicial.


En cierta ocasión, una de sus vecinas, le reveló con cierto pesar, que su vida no era todo lo placentera que ella deseaba. Su marido se pasaba las horas en el bar con los amigos discutiendo la jornada futbolística del domingo y los problemas de su club, mientras ella se pudría en casa viendo los denigrantes programas vespertinos de la televisión. Luego a preparar la cena, con el fin de que estuviese apunto cuando el volviese, plancharle la ropa y limpiarle la mierda. Y este cuando llegaba, cenaba y se iba a la cama para seguir con el debate futbolístico como radioyente. Los fines de semana eran peor, había además competiciones de motor. Eso sí, para compensarla, la sacaba a pasear y más tarde a tomar el aperitivo, donde se quedaban con dos parejas más. Pero además tenía que soportar, ahora en vivo y en directo las entrañables argucias de los equipos de la fórmula 1 en boxes. Y de ellas tenía que aguantar las caquitas y odiseas de sus pequeños replicantes.

"En fin una mierda de vida"- musitaba con lágrimas de amargura. Así que buscaba de vez en cuando el desahogo fuera del ámbito conyugal. Estaba de alguna manera atada de pies y manos y por el momento no podía hacer nada mejor. La entendió y se compadeció de ella. Se le ocurrió la idea de invitarla a su casa a tomar una tila, dado el nerviosismo que percibía en ella. Las conversaciones con las que ella estaba poco habituada, los temas que trataron frivolizando a cerca de su conservadora y frustrante vida, hicieron que ambos acabasen riendo a carcajadas. Todo decir, que al cabo de un rato, estaban los dos en la cama haciendo el amor, hasta que ella tuvo que irse a reanudar los designios de su melancólica y tediosa vida.

  • La fe

¡…Y el verbo se hizo hombre…!

Fue en una Semana Santa, cuando XC. tuvo una verdadera experiencia religiosa. Él, ateo y anticlerical, se había trasladado a uno de esos lugares en los que se hace boato religioso a niveles de fundamentalismo; no para apreciar precisamente el ambiguo sentimiento hacia ídolos de cartón piedra, - ceñidos de una amalgama de mantos y objetos de extremado valor que sacarían de la pobreza a más de un desgraciado- sino, para mofarse de la parafernalia ecuménica diaconisa. Una de esos eventos que él criticaba, como: "acontecimientos anquilosados más propios de un pasado que consideraba no muy lejano" y de la doble moral beatífica de sus abnegados seguidores que, con su emocionante fervor, pretenden ganarse las puertas de la gloria.

Junto con doce compañeros, se había disfrazado de capuchino y había recorrido las calles de la ciudad de tasca en tasca. Portaban copones de orujo y resolí en las manos encallecidas, debido a las baquetas de los estruendosos timbales. Y para cuando amaneciese ya llevarían un alto grado etílico en la sangre. Él, sus doce amigos y otras señoritas de buen ver, entre ellas su novia, se dirigieron hasta la Catedral para recibir la salida del Nazareno. Si bien, uno de sus doce colegas no quiso seguir y disimuladamente se retiro, aunque XC. ya lo había advertido.

Durante el camino, se cayó varias veces y en una de ellas se había clavado restos de vidrio de las botellas rotas que se habían lanzado, provocándole profundas heridas en las palmas de las manos. En uno de esos desplomes, un individuo que pasaba por allí, se acercó, le asió por las manos y le ayudó a incorporarse, no sin esfuerzo. Él se lo agradeció con un gesto de asentimiento, mientras el hombre le miraba a los ojos con calurosa ternura. Sin mediar palabra, se alejó desapareciendo entre la muchedumbre, tan de repente como había aparecido. Quiso seguirle para hablar con él, porque sin duda, le recordaba a alguien, pero el estado etílico era tal que se quedó inmóvil temiendo caerse nuevamente.

Cuando llegaron a su destino, XC. se tambaleaba entre el gentío, que esperaba piadosamente a que apareciese el "Salvador" por el portón de la Seo. Su falta de respeto hacia las Sacras tradiciones, hizo que muchos enfureciesen, actuando de forma violenta e incontrolada, propinándole una suerte de agresiones: entre empujones, patadas, puñetazos y esputos, todo en medio de un chaparrón de insultos y graves ofensas. Como pudo, se zafó del iracundo gentío, hasta llegar a la puerta del Santo lugar. Encaramándose entonces al pedestal saliente de una de las jambas del pórtico anterior, por donde debía salir la procesión, abrió los brazos, y orientando la mirada hacia el cielo, se dirigió a toda aquella hostil muchedumbre bendiciéndolos con una sarta de improperios, obsequiándoles finalmente con un rotundo “hijos de Dios” - un eufemismo propio de su ironía.

El objeto lanzado desde alguna dirección, impactó contundentemente en su cabeza dejándolo inconsciente. En ese momento cantó el gallo, se abrieron las puertas de la basílica y el Cristo en la cruz apareció por ella herido de muerte. Entre sollozos y saetas improvisadas, recibieron al ídolo de cartón piedra en medio de una atmosfera de inquietante silencio sepulcral, que a muchos les ponía los pelos de punta.

No fue tanto el golpe como la ingestión de alcohol, lo que le provocó el coma etílico que le postró en un catre del hospital durante tres días, sin saberse si iba a despertar o no. Cuando al tercer día su compañera y su madre, fueron a visitarlo, se encontraron con la camilla de la UCI, vacía. El susto fue descomunal y temieron lo peor. Pero en ese momento uno de los médicos de guardia que pasaba por allí, las tranquilizó diciéndoles que no se preocupasen, que no pasaba absolutamente nada y les reveló lo ocurrido: "En el silencio de la noche y cuando los pasillos se hallaban solitarios, algo perturbó la paz reinante. El pitido y la luz roja que apareció en el monitor, alertó a la enfermera que se encontraba de guardia. Esta, acudió inmediatamente al aviso de alarma de la habitación 333 y lo único con lo que se encontró, fue una cama vacía y los soportes colgando, del suero que lo alimentaba”.

Lo había encontrado desnudo en el cuarto de baño con la mirada fija y perdida ante el espejo, mientras el foco le iluminaba el mortecino rostro. La emanación de sudor del tiempo transcurrido en el catre, había dejado su silueta perfectamente impresa sobre la sábana. La enfermera dio el aviso al médico que inmediatamente se personó en la estancia y con la ayuda de varios celadores lo subieron a planta, donde reposaba fuera ya de todo peligro. Ambas mujeres creyeron oportuno que debía descansar y que lo verían en otro momento. Ahora que sabían que estaba en buenas manos, no debían temer nada. Así que tranquilamente regresaron a comunicar al resto de sus amigos la buena nueva de su mejoría. Fuera ya de peligro, era cuestión de días su regreso a casa.

Desde aquel momento su vida se iluminó, aunque en sus entrañas fluían turbaciones de eterna insurrección. El resto…¡es leyenda!

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada